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Me enamoré de la que iba a ser nuestra casa sin saber que era una obra poco conocida del arquitecto racionalista Luis Cubillo de Arteaga, especializado en iglesias y viviendas sociales. La casa, la calle entera, se construyeron a final de los sesenta y el estilazo de su exterior contrastaba con el caos que reinaba en el interior de la vivienda. Hizo falta que Leonor pusiera orden, mucho orden, para que, con nuestro limitado presupuesto, la casa se convirtiera en el espacio extraordinario que es ahora. Diseñó una cocina funcional, aprovechando cada milímetro; nos hizo un baño delicioso con poquísimos metros; convirtió un estrecho cuarto infantil en un espacio de aventura y sobre todo, eliminó los falsos techos, descubriendo la inclinación original de la cubierta con sus vigas de hormigón y metros y metros de pared. 

Leonor es una máquina: cuando afronta un proyecto, tiene una visión que es a la vez racional y sumamente creativa. Lo mismo diseña un mueble que saca un bidé de la nada…y siempre con un gusto exquisito. Hoy vivimos en una casa única y se lo debemos a ella. Y aún diría más: seguro que, desde el otro mundo, Luis, el piadoso arquitecto, le da las gracias. 

Assumpta